Los hechos que se convierten en letras para ser escritos en la historia, convierten muchas veces a sus protagonistas en leyendas. Neil Armstrong fue una de ellas. Mas allá del hecho histórico de haber sido el primer hombre en poner su pie sobre la superficie lunar, su personalidad y templanza ya lo habían convertido desde antes, en un modelo a seguir para muchas generaciones de jóvenes pilotos y futuros astronautas.
A Neil lo recuerdo de muchas maneras: sangre fría, coraje, mente clara ante la posibilidad de una catástrofe, y una capacidad enorme para resolver los problemas. Quizás el más hermético de los dos que estuvieron brincoteando en la superficie lunar, y de los 3 que se embarcaron en esa brillante misión Apollo 11.
Hay un par de anécdotas que recuerdo de manera especial, por haber servido de inspiración a muchos de mis sueños, y de este interés casi obsesivo por el desarrollo de la conquista del espacio. La primera de ellas, previo a convertirse en astronauta y comandante.
Como era usual en los primeros viajeros espaciales, Neil era piloto. Pero no un piloto cualquiera. Sus agallas lo habían llevado a ser piloto de naves experimentales. Y su talento, a posar sus manos en los controles del célebre X-15 y marcar con él, uno de esos records que en su momento son espectaculares, pero que después son diluidos por el tiempo.
Dentro de la linea de tiempo, estamos en los 50’s. Y toda nueva nave que se desarrollaba en ese entonces, parecía mantener la consigna de convertirse en ser la que más rápido volara, y mas alto llegara. Mientras por un lado se estudiaba la manera de llegar al espacio en una cápsula, por el otro, existia el concepto de crear un vehículo que fuera tan maniobrable, pudiera llegar a la extratósfera, y regresar planeando como un avión convencional. Este concepto derivó muchos años después en el desarrollo de lo que conocimos como el Transbordador Espacial.
Sin embargo no era una tarea sencilla. Estructuralmente era demasiado el estrés que las naves sufrían, y demasiada la dependencia al talento de un experimentado piloto que pudiera controlarla.
El X-15 fué diseñado para comprobar estos límites, y puesto en manos de pilotos como Neil Armstrong, quien de manera habitual lo supo llevar hasta los confines de nuestra atmósfera y regresar planeando para aterrizar sobre el lecho seco de la célebre Base Edwards de la Fuerza Aérea Norteamericana.
El X-15 no era muy grande, cuando mucho unos 18 metros de largo por unos 7 metros de ancho. Fabricado sobre una estructura de titanio, y con un cuerpo hecho de una superaleación de nickel y cromo, resistente a las altas temperaturas, tenía como característica notable ser extremadamente sólido y fuerte.
Como en todas estas naves experimentales, gran parte de su cuerpo es usado para contener el combustible que alimentaba los cohetes que lo impulsaban. Y aun así, para alcanzar su meta, era necesario despegar en vuelo y ser soltado desde un bombardero B-52, a una altura no inferior a los casi 10 kilómetros de la superficie. En ese instante, los motores del X-15 eran encendidos y mantenidos a máxima velocidad superando en varias veces la velocidad del sonido, hasta que el combustible se agotaba por completo.
A partir de ese instante, la nave describía un arco a través de la tenue atmósfera, en donde pequeños retrocohetes en su punta le daban parte del control direccional que las superficies de control de las alas no podían.
Sin combustible, lo único que le quedaba al piloto, era confiar en sus habilidades para llegar en una sola pieza y en un solo intento al final de la zona designada para el aterrizaje. No se podia cometer el más minimo error, pues no habia manera de volver a tomar altura para un segundo intento.
Asi pues, si bien la forma del X-15 era ideal para alcanzar altas velocidades y alturas, era practicamente un ladrillo dificil de controlar en su descenso. A fin de reducir la velocidad a los 370 Km/h requeridos para un aterrizaje seguro, el piloto tenia que empezar a trazar amplios círculos, hasta enfilarse y tomar pista. Y toda esta aventura y adrenalina, duraba no mas de 10 minutos desde el momento en que era soltado de la panza de ese B-52.
Sin embargo, Armstrong convirtió esta experiencia en algo único y llevó el límite de duración del vuelo, mucho mas allá.
Si bien todas las misiones del X-15 eran muy similares, en cada una de ellas se probaban nuevos componentes, y nuevas configuraciones. La misión de Armstrong tenía por objetivo el comprobar de manera precisa, nuevos controles que aseguraran la maniobrabilidad en las distintas fases de vuelo, especialmente en los pasos de vuelo subsónico (menor a la velocidad del sonido) a hipersónico (mayor a la velocidad del sonido).
La aventura de Armstrong comenzó justo después de ese «click» seco que separaba el X-15 del avión madre y se sentía la presión de la fuerza de la gravedad después del encendido de los motores que practicamente fundían al piloto con su asiento. El rugido y poder de esos cohetes alcanzaron la velocidad Mach 5 (5 veces la velocidad del sonido. Algo asi como 6,120 Km/h) y Neil condujo con suavidad y precision el X-15 hasta lo mas alto de la atmósfera. Pero al llegar ahí, la nave rebotó en ella, como una piedra plana arrojada sobre la superficie de un lago, alejándola considerablemente más allá de su punto ideal de retorno a tierra. Cuando la fuerza de gravedad terrestre volvió a tomar entre sus manos al X-15, esta se encontraba mas de 80 kilómetros fuera de su curso programado.
Imaginen el escenario: 80 kilómetros fuera de donde debía de estar, sin un sitio seguro donde aterrizar, sin combustible y sin posibilidad de encender un motor para impulsar y corregir el rumbo. Todo un problema y catástrofe para cualquier piloto, pero no para Neil.
Neil analizó la situación, con esa frialdad que le caracterizaba. Pensó en un aterrizaje de emergencia en un pequeño y solitario aeropuerto en Palmdale, California, pero la pista no era lo suficientemente larga para detener su vuelo. Tampoco tenia combustible como para administrar su vuelo y aterrizar en un aeropuerto mas transitado. Y por si fuera algo le faltara a esta historia, el X-15 no tenia ruedas, sino una especie de esquis metálicos que son ideales para aterrizar sobre el lecho seco de un lago como Edwards, pero inutiles sobre las pistas de concreto de un aeropuerto convencional.
Armado de valor, y sin mas opciones seguras, enruto hacia Edwards, sosteniendo el X-15 lo mas posible en el aire, y convirtiéndolo en un suspiro que pasó rozando sobre la copa de los árboles, tocando apenas pista sobre el límite de dicho lago seco. Quienes fueron testigos de la maniobra, contenian la respiración, como tratando con ello de aligerar aun más el peso de ese sólido avión convertido en pesada piedra, y cruzando los dedos para que aquella aventura no terminara en tragedia.
Mientras el pulso acelerado de los servicios de recuperación y rescate iban a su encuentro, Neil bajó del avión como si nada hubiera pasado, con una amplia y tranquila sonrisa.
Asi fué la fortaleza de nuestro primer hombre en dejar su huella en la luna.
Asi, la huella que dejó en quienes desde pequeños, lo convertimos en uno de nuestros héroes.
Godspeed, Neil!